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Por eso Dios se enojó y permitió que Hazael, rey de Siria, y su hijo Ben-hadad, vencieran a Israel en varias oportunidades.

4-7 Hazael destruyó el ejército de Joacaz, y sólo le dejó cincuenta jinetes, diez carros de combate y diez mil soldados de infantería.

Preocupado por esto, Joacaz oró a Dios, pues Hazael estaba haciendo sufrir mucho a los israelitas. En respuesta a su oración, Dios envió a un hombre que los libró del poder de los sirios, y así volvió a reinar la paz en los hogares israelitas. A pesar de esto, los israelitas no dejaron de cometer los mismos pecados que habían cometido los descendientes de Jeroboam, quien había hecho pecar a Israel. Al contrario, continuaron pecando y no quitaron de Samaria la imagen de la diosa Astarté.

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